martes, 16 de agosto de 2011

cratilo

Aguirre Pessina Karla Cecilia

12-Agosto-2011

Cratilo o del Lenguaje

Este diálogo se da entre Hermógenes, Cratilo y Sócrates; quienes están discutiendo acerca de su punto de vista en torno a los nombres de las cosas. Se debate si el nombre de las cosas se les da por naturaleza o si se les da de acuerdo a su uso. “…no puedo creer que los nombres tengan otra propiedad que la que deben a la convención y al consentimiento de los hombres…todos los nombres tienen su origen en la ley y el uso”[1].

Desde el principio están de acuerdo en que el hablar es una acción, por lo tanto nombrar a las cosas y personas también lo es. Por lo tanto para que esta acción pueda tener una utilidad y podamos comunicarnos con los demás debe haber entre varias personas el mismo acuerdo para nombrar a los objetos, es decir, una comunidad de hablantes tiene necesariamente que utilizar términos comunes.

Sócrates sostiene que el nombre es un instrumento propio para enseñar y distinguir los seres y que quien los designe (un legislador) debe ser capaz de “formar con sonidos y sílabas el nombre que conviene naturalmente a cada cosa”[2].

Sócrates, en el texto, afirma que hay nombres que son naturales a las cosas, y que sólo es competente a asignarlos el que sabe qué nombre es naturalmente propio a cada cosa, y acierta a reproducir la idea mediante las letras y sílabas. Pero ¿cuál es la propiedad de la que éste habla para asegurar que los nombres tienen relación con su naturaleza? Asegura que los nombres tienen cierta propiedad natural, es decir tienen características específicas de su especie y su utilidad y de acuerdo a ello se les asigna un nombre. “Basta que la esencia de la cosa domine en el nombre y que se manifieste en él”[3]. Reitera que los seres que nacen según su naturaleza deben ser llamados con los mismos nombres.

Es cuando hace relación de los nombres con las características que presentan las personas: Agamemnón, el hombre duro para el trabajo; o Atreo y Pélope, etc.

Hablan sobre la etimología de las palabras y menciona que al querer nombrar una cosa se le añaden letras a los nombres, o se le quitan o cambian de lugar los acentos; pero la naturaleza de ellas o su esencia son las que determinan el nombre que han de llevar. Las separan en palabras primitivas y derivadas, y dicen que las segundas toman de las primeras el poder que tienen para representar las cosas.

De esta suerte se expresaría cada objeto por medio del cuerpo, obligándole a imitar lo que se quisiera expresar. Y como queremos expresar los objetos por medio de la voz, de la lengua y la boca, esta expresión consistirá, por consiguiente en la imitación que podamos hacer con la voz, con la lengua y con la boca.[4]

Pero al hablar no podemos imitar las cualidades del objeto que mencionamos, es decir su color, olor, forma o sonido exacto.

Cuando se sabe lo que es el nombre, como el nombre es semejante a la cosa, se conoce igualmente la cosa, puesto que es semejante al nombre; y que todas las cosas que se parecen son el objeto de una sola y misma ciencia.[5]

Dice que las palabras más bellas son las formadas de elementos semejantes a las cosas, y las más feas las contrarias a las mismas.

Asegura que el que hace los nombres los haga con conocimiento de las cosas pues si no lo tuviera entonces no tendrían el nombre que deberían. Y lo que prueba sin réplica que el inventor de los nombres no ha caminado lejos de la verdad, es que en ese caso no existiría la concordancia que se advierte entre todos ellos.[6]

Es por lo anterior que afirma que los hombres deben ser reflexivos en cada momento de responsabilidad para asegurarse de que el principio sentado sea exacto y esté listo para las consecuencias de la decisión que ha tomado.

“Los nombres nos representan el mundo en un movimiento, un cambio y un flujo perpetuos”

En cuanto al estudio introductorio que consulte de Miguel Ángel de la Cruz Vives ,La noción de un lenguaje ideal en Platón. Anotaciones a una lectura del diálogo Cratilo, afirma que la Posición de Cratilo es la siguiente: “Cada cosa tiene un nombre exacto por naturaleza; no es un nombre aquel del que se valen algunos, después de haberse puesto de acuerdo, para servirse de él, un nombre de tales condiciones sólo consiste en una cierta articulación de la voz. Todos los hombres, tanto griegos como bárbaros, tienen la misma exactitud en sus nombres.”[7]

Posición de Hermógenes: Los nombres no tienen otra propiedad que la que deben a la convención y consentimiento de los hombres. “Si se reemplaza una palabra por otra, el nuevo nombre no parece menos propio que el primero. La naturaleza no ha dado nombre a ninguna cosa, todos los nombres tienen su origen en la ley y el uso, y son obra de los que tienen el hábito de emplearlos.”

El lenguaje sirve tanto para decir lo que es como lo que no es, los discursos pueden ser verdaderos o falsos. Esta propiedad del discurso la extiende Sócrates a los nombres, que entiende como la parte más pequeña del discurso: los nombres pueden ser también verdaderos o falsos. A esto último opone Hermógenes que dado que distintos pueblos aplican diferentes nombres a las mismas cosas, todos los nombres han de ser verdaderos y no puede decirse de ningún nombre que sea falso. La verdad del nombre es relativa al que lo utiliza y no es más verdadero un término que otro.

El profesor concluye que en este texto queda planteada la necesidad de un uso del lenguaje que además de realizar las funciones comunicativas y expresivas sea instrumento de conocimiento; que permita, por ejemplo, determinar si el mundo está en permanente cambio o en permanente reposo. Dado que el lenguaje cotidiano, plagado de ambigüedades y contradicciones, no puede servir a este fin, resulta imprescindible establecer un uso del lenguaje diferente al del hombre de la calle, pero también al del poeta y al del sofista. La cuestión queda abierta pero en el curso del diálogo se establecen algunas de las condiciones necesarias para que el lenguaje sirva como instrumento de conocimiento:

Conociendo los nombres no conocemos la realidad de las cosas. Los nombres son términos puramente convencionales que unifican la multiplicidad de la apariencia sensible mediante imágenes artificiales de las cosas, pero que no hacen referencia a las esencias.

Para alcanzar un verdadero conocimiento hay que dirigir la mirada a las esencias, para lo que resulta imprescindible purificarse de las ambigüedades y contradicciones del lenguaje cotidiano, que constituyen una barrera para alcanzar este conocimiento.

El camino del conocimiento no puede partir de los nombres sino de las cosas. Aunque tanto los nombres como las cosas son imágenes, pero con distinto grado de participación en las esencias. Los nombres son imágenes artificiales creadas por los seres humanos y significantes por convención y costumbre, por lo que no participan de la esencia presente en la cosa representada. Las cosas, sin embargo, son imágenes naturales y, por consiguiente, participan en distintos grados de las esencias de las que son una manifestación sensible.

El conocimiento de las esencias permitiría depurar al lenguaje de términos inapropiados y construir un lenguaje que fuera verdadero instrumento de conocimiento.

La tarea de construir tal lenguaje no puede ser llevada a cabo ni por los sofistas ni por los poetas. Los sofistas hacen un uso racional del lenguaje pero no tienen el deseo de alcanzar la verdad sino la utilidad. Los poetas, por su parte, aunque tienen una voluntad de verdad, hacen un uso irracional del lenguaje. La tarea está reservada a aquellos que haciendo un uso racional del lenguaje desean conocer la verdadera esencia de las cosas: los dialécticos o filósofos.

Ahora, Jorge Alejandro Flórez de la Universidad de Caldas asegura que el Cratilo de Platón asume como trama el conflicto entre estas dos posturas (naturalismo vs. convencionalismo) en sus formas más extremas y contradictorias. Lo interesante es que brinda argumentos válidos para cada una de ellas, por lo cual, cae en una paradoja insoluble en este diálogo, en el que pide seguir reflexionando sobre el asunto, pero que en diálogos posteriores no resuelve, sino que termina aceptando la inutilidad del lenguaje para sus propósitos filosóficos. El tema principal del diálogo es la exactitud de los nombres.

Ahora bien, estas tesis representadas por Crátilo y por Hermógenes son los extremos más radicales que ellas pueden representar. Por una parte, el naturalismo de Crátilo implica que el nombre es la cosa misma, que los que nombran las cosas jamás se equivocan y siempre hablan con verdad. Por el lado del convencionalismo defendido por Hermógenes, se cree que cualquier persona podría decir lo que se le antojase con los nombres que prefriera. La posición de Platón es intermedia, pues anhela que el lenguaje sea una representación de las cosas en sí mismas, no tanto como iguales, pues sería imposible, sino como una imitación lo más fdedigna posible. ante la imposibilidad de tal evento, dado que habría que refundar el lenguaje, acepta el convencionalismo, pero no como un ejercicio del azar, sino como un intento de representación por semejanza.

“Respecto de todo, siempre es necesario ponerse de acuerdo acerca del objeto mismos gracias a las definiciones, en vez de atenerse al nombre sólo, sin su definición”. La definición revela la esencia, por lo cual es fácil entenderla como el concepto.[8]

Platón coloca el lenguaje como una de tantas artes humanas, fruto del fuego prometeico. Ahora bien, en el Sofista, establece que existen dos tipo de artes, no sólo humanas, sino también divinas, que se dividen entre productivas y adquisitivas; dentro de las productivas se encuentran las imitativas. Las imitativas se subdividen a su vez en producto-ras de realidades o productoras de imágenes. Las imitativas divinas crearon por ejemplo, el mundo sensible, en el caso de creación de realidades, y crean los sueños, los reflejos y las sombras, en el caso de creación de imágenes.

Por su parte, las artes imitativas humanas pueden crear realidades como en el caso de los artesanos, que crean muebles o utensilios, o las artes imitativas de imágenes, que como la pintura o la escultura. Las artes imitativas de imágenes se dividen a su vez en figurativas y asimilativas.

Al relacionar esto con el punto de vista expuesto en el Cratilo y la república se establece que el lenguaje es un arte imitativo de imágenes y asimilativo, como lo es la pintura. Como imitación, dice en el primero, no puede ser la cosa en sí misma, además que se podría caer en la referencia de una mala imitación. en la república establece toda una jerarquía ontológica y epistemológica, en la que la imitación ocupa el peor lugar, por eso la poesía es rechazada de su estado ideal. La imitación es el más bajo y deplorable estado del ser; es lo que más se acerca al no-ser; son las sombras últimas de la caverna, las más alejadas de la luz de la “Idea del Bien”[9].

Conclusión

El lenguaje es un instrumento humano que pretende imitar la esencia de las cosas, pero que termina tergiversando la realidad. Un ejercicio de corrección de nombres sería complejo y difícil, por lo cual es preferible arreglárselas directamente con la esencia de las cosas.

El lenguaje es un obstáculo para conocer la verdad, por lo cual debe ser descartado. Algunos comentaristas critican el Cratilo por no lograr una so-lución definitiva al asunto principal de este diálogo: ¿es el lenguaje natural o convencional? Sin embargo, ningún de ellos tiene en mente las conclusiones de Platón en la carta séptima, acerca de la imposibilidad del lenguaje para ser el vehículo perfecto para conocer la naturaleza de las cosas; por eso no es tan trascendental el hecho de que fracase cualquier intento de definir el lenguaje como natural o convencional.

Bibliografía:

Diálogos de Platón, Ed. Porrúa, trigesimoprimera edición, México 2009, pp. 605

La noción de un lenguaje ideal en Platón .Anotaciones a una lectura del diálogo Crátilo, Miguel Angel de la Cruz Vives Catedrático de Filosofía I.E.S. Arquitecto Peridis Leganés (Madrid), http://www.ucm.es/info/especulo/numero20/cratilo.html, 9-08-11, hr. 23:25

The language in the Greek thought, Jorge Alejandro Flórez, Universidad de Caldas,praxis.univalle.edu.co/numeros/n29/jorge_alejandro_florez_restrepo.pdf ,10-08-11, 21:13hrs



[1] Diálogos de Platón, Ed. Porrúa, trigesimoprimera edición, México 2009, pp. 605, p.350

[2] Ibid p. 356

[3] Ibid p.360

[4] Ibid p. 394

[5] Ibid p. 407

[6] Ibid p.408

[7] La noción de un lenguaje ideal en Platón .Anotaciones a una lectura del diálogo Crátilo, Miguel Angel de la Cruz Vives Catedrático de Filosofía I.E.S. Arquitecto Peridis Leganés (Madrid),

[8] Cf. Platón. Sofsta. 240e; 258b-c.

[9] Cf. Platón. Protágoras. 320d.