martes, 16 de agosto de 2011

Cratilo o del Lenguaje

Miyuki Mariana Takata Rodríguez
Tarea 1: Cratilo o del lenguaje
Teorías de la comunicación I
Agosto 2011




Cratilo o del lenguaje


No hay mayor dicha que la de descubrir o inventar un objeto nuevo. Dependiendo de su utilidad o ingenio para que pueda traer consigo fortuna. Ese objeto debe poseer un nombre un nombre, y el nombramiento debe de tener el nombre de una cosa que sea del tipo de esa, porque no puedes ponerle el nombre de un perro o de una persona. Se debe buscar ese nombre por convencionalismo o por naturaleza, son los dos dilemas que enfrentan Hermógenes y Cratilo.

Un tercer participante aparece en esta obra, él es Sócrates. Y pretende ayudar a Cratilo, entre ellos dos quieren hacer que Hermógenes se dé cuenta de que todos nos nombres son puestos por naturaleza, por ejemplo: a perros nombre de perros; a cuerpos celestes nombres de cuerpos celestes. Qué no influye nada más que sólo eso, naturaleza.

Pero no hay que confundirse, Sócrates al igual explica que no todos pueden poner nombres, sino sólo aquél que puede tomar un nombre por naturaleza y sea capaz de aplicar su forma a las letras y silabas. Más claro, hay nombre que rige a todas las cosas de su mismo tipo, y éste puede encarnarse en los demás objetos. No sin antes alterar una silaba o una letra, o una silaba y una letra. Así que podemos decir que la acción de nombrar no es más que un arte imitativo.

La idea de Hermógenes, no es una idea muy elaborada, pues se deja convencer fácilmente por lo expuesto por Sócrates. Hermógenes afirma que los nombres son dados por pacto y consenso, por convención y hábito, por razones que son obvias.
Hermógenes acepta todo ello, pero quiere saber más exactamente «qué clase de exactitud es ésta». Sócrates alude irónicamente de nuevo a los sofistas: habría que ir a aprender de ellos, pero son muy caros y Protágoras ya hemos visto que no sirve. ¿A quién acudir? Nada más barato que los poetas y, especialmente, Homero.

Es así como comienza el análisis etimológico de nombres propios que aparecen en Homero. Tras una primera tentativa, que se abandona pronto, de buscar la exactitud en los nombres que aplican los dioses o los hombres, más prudentes, frente a las mujeres.

Lo que intenta Sócrates, arrastrándole hasta esa posición, es hacerle creer que deriva directamente de la epistemología de Protágoras, que Hermógenes se apresura a rechazar. En realidad, esta visión tan estrecha del convencionalismo le sirve a Sócrates para refutar la tesis de Protágoras y dejar sentado, desde el principio mismo del diálogo, lo que van a ser sus dos conclusiones más importantes: que la realidad no depende de nosotros y que existe la posibilidad de describirlo falsamente.

Tal es el planteamiento radical que se ofrece al comienzo del diálogo por boca de Hermógenes; doblemente radical, ya que se afirma que todos los nombres son exactos y que, o lo son por convención, o lo son por naturaleza.

El texto no sólo recae en las dos vertientes de las cuales ya hemos platicado, también hace su aparición la fraseología, la cual deduce que a los nombres que no son adecuados para la realidad, son convención entre los humanos, sin por ellos negarles la categoría de nombres.

Pero más adelante Sócrates se encuentra con dos tropiezos en la idea naturalista de Cratilo. La primera habla de que si le hablamos por el nombre a una cosa, y este nombre no es correcto estaríamos hablando de una realidad inconclusa, y que por lo tanto estaríamos hablando cosas sin sentido. Y la segunda admite que, el nombre proporciona la realidad del entorno, conocer el nombre es conocer la realidad.

Entonces Cratilo pretende deducir de qué lado se encuentra Sócrates, puesto que renegaba dos puntos de la teoría naturalista expuesta por el propio Cratilo.

Una vez que ha rechazado el convencionalismo de Hermógenes, por el peligro de sus implicaciones epistemológicas y por ser contrario a la admisión, por parte de Hermógenes, de que los seres son en sí y que se puede hablar falsamente, Sócrates parece tomar partido por el naturalismo. Pero en realidad, toda su argumentación a favor de esta tesis se va a volver en contra al final del diálogo.

Así llega a su fin la plática entre Hermógenes, Platón y Cratilo, en la que finalmente, Socrátes no se decide por ninguna de las dos teorías vertidas en el diálogo.

Cratilo es uno de los diálogos de Platón. En él participan Cratilo, Hermógenes y Sócrates. Es una discusión acerca del origen del nombre de los objetos y personas. Por un lado Cratilo sostiene que los objetos tienen características que le otorgan un nombre de forma natural; mientras que Hermógenes propone que el nombre se da gracias a que un grupo de hablantes debe tener términos comunes para su comprensión, por lo que considera que el origen de los nombres es esa convención.
Cratilo fundamenta su postura con el argumento de que la belleza del nombre está condicionado a la medida en que éste concuerda o coincide con la cosa.


Estudios sobre la obra de Cratilo y el lenguaje
Por Miguel Angel de la Cruz Vives
El tema que suscita el debate es si el lenguaje es por naturaleza, como sostiene Cratilo, o por convención, como mantiene Hermógenes. Al principio del diálogo se exponen las dos posiciones enfrentadas del siguiente modo:
La afirmación de Hermógenes expresa el convencionalismo de los sofistas: la relación entre el significante y el significado es puramente convencional y, por consiguiente, ninguna descripción lingüística es más adecuada que otra a la realidad descrita, ya que la función del lenguaje no es desvelar ninguna verdad sino persuadir al interlocutor provocándole sensaciones. La discusión, como no podía ser de otra manera, se plantea en el plano del uso cotidiano del lenguaje, ya que los sofistas le niegan toda función epistemológica.
El lenguaje cotidiano está plagado de inexactitudes y ambigüedades y en ello reside su fuerza como instrumento de persuasión. Frente a ello se eleva la exigencia socrática de una definición rigurosa.
La posición más extrema es pronto desechada. Si los términos que se asocian a las cosas son independientes de éstas no hay ninguna razón para usar un término en lugar de otro y alguien podría, si así lo deseara, aplicar el término 'hombre' a los caballos y el término 'caballo' a los hombres. El problema es que en este caso el lenguaje no cumpliría su función ya que la comunicación sería imposible. Una comunidad de hablantes tiene necesariamente que utilizar unos términos comunes.
Ahora bien, como el lenguaje sirve tanto para decir lo que es como lo que no es, los discursos pueden ser verdaderos o falsos. Esta propiedad del discurso la extiende Sócrates a los nombres, que entiende como la parte más pequeña del discurso: los nombres pueden ser también verdaderos o falsos. A esto último opone Hermógenes que dado que distintos pueblos aplican diferentes nombres a las mismas cosas, todos los nombres han de ser verdaderos y no puede decirse de ningún nombre que sea falso. La verdad del nombre es relativa al que lo utiliza y no es más verdadero un término que otro.
Más de la mitad del diálogo corresponde a las falacias con las que dos sofistas acorralan y aturden al joven Clínias, quien lejos de aprender algo, está cada vez más confuso. La erística no proporciona saber alguno; peor todavía, desanima a encontrar por medio del diálogo algún conocimiento, pues no se preocupa sino de refutar los argumentos a través de las palabras con las que son expresados, aprovechando las ambigüedades presentes en el lenguaje. El contrapunto lo ponen las intervenciones de Sócrates para desenmascarar las argucias empleadas por los sofistas, cuyo método considera un simple pasatiempo.
El lenguaje cotidiano, cuya finalidad es puramente utilitaria, es impotente para alcanzar la naturaleza de la cosa representada. Platón se refiere a ello en varios lugares. Así, en Laques, el personaje que da nombre al diálogo ensaya una definición de la valentía según la cual esta sería «un cierto coraje del alma». La discusión de esta definición por parte de Sócrates comienza con una precisión: si la valentía es un coraje debe estar acompañada de sensatez (sophrosyne), porque si el coraje es insensato no es bello sino dañino y criminal.
A continuación, Sócrates constata que en el lenguaje cotidiano se considera más valiente al temerario que al prudente, siendo así que los temerarios «arriesgan y tienen coraje más insensatamente que los que lo hacen con conocimiento técnico», por lo que en el lenguaje cotidiano se considera valiente al que posee un coraje insensato, lo que no puede ser una virtud.
En el lenguaje cotidiano se nos aparece el bien o la amistad tan solo como simulacros del bien y la amistad verdaderos. Por eso, nos conduce inevitablemente a aporías. Para alcanzar el verdadero conocimiento debemos escapar de las redes del lenguaje. Y en Cármides, cuando Crítias defiende su definición de sophrosyne mediante un torrente de distinciones lingüísticas, Sócrates le señala que las distinciones lingüísticas sólo sirven para clarificar el sentido que cada interlocutor da a las palabras posibilitando la comunicación, pero que no es merced a distinciones sobre las palabras como podemos alcanzar la verdad.
El análisis del uso de las expresiones del lenguaje corriente no permite desvelar el verdadero significado de los términos, sólo conduce a paradojas y contradicciones. Utilizamos los términos creyendo saber lo que significan pero finalmente descubrimos que detrás de términos tan cotidianos como 'valentía', 'amistad' o 'virtud' no hay sino una confusa mezcla de significados contradictorios. La exigencia socrática de una definición rigurosa trata de eliminar toda ambigüedad para que el lenguaje no sea un puro instrumento de poder y se convierta en vehículo de auténtico conocimiento.
Las palabras producen imágenes de las cosas, pero si esta producción no se realiza atendiendo a la naturaleza de la cosa misma sólo se producirá una imagen deformada, útil para crear la apariencia de lo verdadero pero no para emprender la búsqueda de la verdad. Se anuncia aquí la aspiración a un lenguaje ideal, esto es un lenguaje que produzca imágenes adecuadas de la naturaleza de las cosas.
Miguel Ángel de la Cruz Vives. Catedrático de Filosofia en Madrid. http://www.ucm.es/info/especulo/numero20/cratilo.html consultado 10/08/11

Historia del Lenguaje
Son en la actualidad unas seis mil quinientas las lenguas que se hablan en nuestro mundo. De ellas, solamente veinticinco pueden considerarse importantes por su extensión y por su producción escrita.
La pregunta que ha preocupado siempre a pensadores y lingüistas es inmediata: ¿De dónde surgió tal diversidad? ¿Cuál fue el origen de todas las lenguas?
Desde que Charles Robert Darwln, en el año 1871, escribía la frase: "Creemos que la facultad del lenguaje articulado no ofrece tampoco sería objeción a la hipótesis de que el hombre descienda de una forma inferior", en su famosa obra "El origen del hombre", se han venido publicando toneladas de libros en favor de esta teoría: La teoría de la evolución del lenguaje, según la cual la enorme variedad de lenguas que existen actualmente se habrían originado a partir de los gruñidos y gritos intermitentes de los monos antecesores -según el transformismo del hombre.
Se ha supuesto, que los hombres empezaron por imitar los sonidos que oían en los animales (bú-bú), o a lanzar gritos emocionales instintivos (pú, pú) o cantos de sincronización al trabajar en equipo (yo-je-jo), más o menos como los remeros del Volga, y todo esto dio origen al lenguaje.
Engels, en su "Dialéctica de la naturaleza" dice: "... los hombres en formación llegaron a un punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a los otros. La necesidad creó el órgano. La laringe poco desarrollada del mono se fue transformando... mientras los órganos de la boca aprendían a pronunciar un sonido tras otro."
Y esto es, en definitiva, lo que se acepta hoy. Mayoritariamente se cree, se escribe y se enseña que de los gruñidos han surgido las modernas gramáticas; de lo simple lo complejo y de lo primitivo lo civilizado.
Hasta tal punto esto es así que los modernos métodos "científicos" para la investigación del origen del lenguaje se centran en la observación de los recién nacidos, desde sus primeros balbuceos, y en el estudio de retrasados mentales, pues según Maistre (1963), estos deficientes nos marcarían las etapas por las que la inteligencia humana tuvo que pasar para conseguir hablar.
Pero ¿estamos ya en condiciones de responder a la pregunta inicial? ¿Es la teoría de la evolución del lenguaje la explicación científica definitiva al problema del origen de las lenguas? Pues parece que no; la cosa no es tan simple como creían Darwin, Engels y sus correligionarios.
La ciencia que estudia las leyes humanas del lenguaje (Lingüística), acabó desechando –ya desde el siglo pasado- el problema del origen de las lenguas, por considerarlo incompatible con la objetividad científica.
Así, en el año 1866, la Sociedad Lingüística de París prohibió en sus estatutos que se tratase sobre el tema en cuestión, negándose a aceptar cualquier comunicación en éste sentido, el problema supera los límites de la observación científica. Se afirmaba que cualquier discusión acerca del origen del lenguaje no es más que una mera especulación. Desde ese momento, los lingüistas se han interesado más por el funcionamiento de las lenguas que por su origen.
Así pues, para la ciencia actual los orígenes del lenguaje articulado constituye un verdadero enigma; pero ¿quiere esto decir que los lingüistas se muestran asépticos al problema, que no profesan, sostienen y enseñan ninguna hipótesis sobre este origen?
Bueno, esto ya es otra cosa, porque a pesar que los hombres de ciencia como tal no pueden decir nada al respecto, los hombres de ciencia sí dicen y enseñan lo que creen; y lo que ''creen"' -valga la expresión, ya que se trata de un acto de fe, sin base histórica, ni factual- es precisamente la teoría de la evolución del lenguaje: un mono que se hizo inteligente, dejó de gruñir y empezó a hablar.
En primer lugar, notemos que los lenguajes escritos más antiguos que nos han llegado suelen ser los más difíciles y complicados. Es de todos conocido que el griego clásico es más difícil que el griego moderno; el latín más que el castellano, el francés o el inglés, y el chino antiguo mucho más que el chino moderno.
Incluso, si comparamos. los más antiguos entre sí, resulta que el griego clásico, anterior 600 años al latín, era más complicado que éste, y si nos remontamos al Sánscrito Veda (1.500 a.C.) la dificultad es increíblemente superior, ya que, por ejemplo, cada verbo poseía 500 partes. ¿Qué nos viene a decir este hecho?
Pensemos un momento, si la teoría de la evolución fuera verdad, deberíamos esperar que las lenguas antiguas fuesen más simples que las modernas, ya que -según la teoría- de los simple se evoluciona a lo complejo. Pero esto no es lo que podemos observar, sino más bien todo lo contrario. Si estudiamos detenidamente las lenguas modernas podemos observar una creciente degeneración de las lenguas primitivas, una simplificación a partir de un idioma complicado.
El eminente filólogo inglés Richard Chevenix Trench, después de estudiar numerosas lenguas nativas en distintas misiones por todo el mundo, dijo que en cada caso se trataba de las ruinas de un pasado mejor y más noble. A medida que cambian las costumbres en una civilización, ciertas palabras se pierden primero del uso y después de la memoria.
La conclusión es evidente: En los distintos lenguajes a través del tiempo, la dirección es siempre la misma: de lo complicado a lo simple, y nunca al revés.

Fischer, Roger, Steven. (2003). Breve historia del lenguaje. Edit. Alianza


No cabe duda, es muy posible que las palabras tengan un origen naturalista y muchas veces se les adjudican a las cosas por su parecido a la forma real del objeto, o por onomatopeyas. Sin embargo hay que tomar en cuenta que es gracias a las convenciones que el día de hoy contamos con tantas lenguas en el mundo, que nos sirven para comunicarnos de manera exitosa.