Parra Hernández Abigail
Teorías de la Comunicación
CRATILO O DEL LENGUAJE
El origen del lenguaje es uno de los fenómenos más grandes e inexplicables de todos los tiempos. Fue una de las preocupaciones fundamentales acerca de la lengua con anterioridad a la constitución de la Lingüística como disciplina científica (hecho que tuvo lugar hacia el siglo XIX). Grandes pensadores han realizado intentos de darle una explicación a dicho fenómeno, y todos han llegado a distintas conclusiones, pero a ningún acuerdo hasta el día de hoy.
El lenguaje significa al pensamiento, es una relación de signo donde no siempre podremos explicitar aquello que está en el plano del pensamiento en forma fidedigna. El lenguaje oficiará como símbolo. Refiere a un objeto ausente (sin necesidad que esté presente), de no existir esta referencia, sólo sería un mero ruido. Y dicha referencia se fundará en el consenso, en la convención. La teoría convencionalista extrema expuesta en Cratilo, con sus defectos, es un intento de despegar de la concepción griega del lenguaje. Ya no será el nombre adecuado por naturaleza.
Como muchas de las ciencias, la comunicación y el lenguaje, tiene raíces en reflexiones que parten de la actividad intelectual de los griegos. Los estudios del lenguaje fueron tratados por Platón en Cratilo o del lenguaje. Utilizando el método dialéctico y a Sócrates como interlocutor, Platón, a través de preguntas y respuestas establece planteamientos en torno a la temática del lenguaje y la comunicación.
Una de las primeras obras filosóficas de la Antigua Grecia con un contenido etimológico y lingüístico es Cratilo o del lenguaje (en los Diálogos de Platón). Ésta obra es un diálogo sostenido por Hermógenes, Cratilo y Sócrates que comienza cuando Hermógenes le pide a Sócrates que intervenga en la discusión que mantiene con Cratilo acerca si el significado de las palabras viene dado de forma natural (como postula Cratilo) o si es arbitraria y depende del hábito de los hablantes (como propone Hermógenes). Sócrates cumple la función de guiar el diálogo y en sus manos esta la misión de emitir un acuerdo entre las diferentes opiniones allí expuestas.
Cratilo y Hermógenes presentan una postura muy diferente la una de la otra, Cratilo se apoya en que los nombres son exactos por naturaleza y en una concepción presocrática de que la palabra contiene ciertos sonidos que expresan la esencia de lo nombrado, es decir, hay letras adecuadas para cada tipo de cosa (naturalismo). Mientras Hermógenes sostiene que la relación entre el nombre y lo nombrado se presenta por la costumbre y la convención, así como la esencia de las cosas no es expresada por los nombres y éstos a su vez pueden ser reemplazados por otros (convencionalismo); la relación entre el significante y el significado es puramente convencional y, por consiguiente, ninguna descripción lingüística es más adecuada que otra a la realidad descrita, ya que la función del lenguaje no es desvelar ninguna verdad sino persuadir al interlocutor provocándole sensaciones.Cratilo, frente a Hermógenes, es un hombre de escuela, un novato, que mantiene una teoría que tiene bien aprendida, pero poco pensada.
La discusión se plantea en el plano del uso cotidiano del lenguaje, ya que los sofistas le niegan toda función epistemológica. El lenguaje cotidiano está plagado de inexactitudes y ambigüedades y en ello reside su fuerza como instrumento de persuasión.
Entre estas dos posturas Sócrates no presenta simpatía por ninguna, sólo analiza las tesis y declara: “De hecho, de tanto darle la vuelta a los nombres a diestro y siniestro, no sería en absoluto de extrañar que nuestra lengua antigua, frente a la actual, no se diferenciara en nada de la bárbara”. Pero podemos decir que Sócrates termina con la conclusión de la probable existencia de una posibilidad de que el nombre se origina como imitación al objeto y su uso constante hace que éste evolucione y sea cambiante de acuerdo con el medio.
Si pensamos bien estos planteamientos, encontraremos que la discusión no está alejada de nuestro tiempo. Son muchos los estudios que giran en torno a la naturaleza del lenguaje y sus transformaciones.
Sócrates, en los diálogos, deduce que “todas las cosas no son para todos de la misma manera a la vez y siempre, y si cada objeto no es tampoco propiamente lo que parece a cada uno, no cabe la menor duda de que los seres tienen en sí mismos una esencia fija y estable; no existen con relación a nosotros, no dependen de nosotros, no varían a placer de nuestra manera de ver, sino que existen en sí mismos según la esencia que les es natural” y a partir de esto explica que “el nombre es un instrumento propio para enseñar y distinguir a los seres”, por lo que el nombrar nos ayuda a identificar el mundo que nos rodea, sea cual fuera la percepción que tengamos de los objetos, es decir no por su apariencia, sino por su esencia. Al final de la obra, se observa la intención de Sócrates de descalificar al lenguaje como medio para acceder a la realidad, mediante el rechazo de dos teorías que pretendían, cada una, constituir a éste en el único y más idóneo método para ello.
Sócrates avanzará en el diálogo refutando la teoría convencionalista extrema de Hermógenes, enfatizando sobre su condición autocontradictoria.
En el diálogo se presenta un análisis etimológico de nombres propios:
Nombres propios de héroes y dioses: que revelan su naturaleza o función (Héctor, Orestes, Agamenón, Atreo, Tántalo, Zeus, Urano)
Nombres comunes genéricos: dios, héroe, hombre (y de aquí se pasa a alma y cuerpo).
Nombres propios de dioses: Hestia, Rea, Crono (con una primera alusión a la filosofía de Heráclito), Poseidón, Hades, Plutón, Deméter, Hera, Perséfone, Apolo, Musas, Leto, Ártemis, Dioniso, Afrodita, Palas Atenea, Hefesto, Ares, Hermes, Pan. En este punto se abandona definitiva-mente el análisis de los nombres propios y se pasa a nombres comunes de fenómenos naturales.
Nombres comunes de fenómenos naturales: sol, luna, mes, astros, relámpago, fuego, y se pasa, finalmente, a los nombres comunes de nociones intelectuales y morales;
Nombres comunes de nociones intelectuales y morales: la inteligencia, el juicio, el pensamiento, la prudencia, ciencia, comprensión, sabiduría, bien, justicia, valentía, lo masculino, la mujer, el arte, el artificio, virtud y vicio, lo bello y lo feo, lo útil y provechoso; lo dañino y lo ruinoso; el placer, el dolor, el apetito, el deseo, el amor, la opinión, la creencia, la decisión, la necesidad, el nombre, la verdad y la falsedad, el ser y la esencia.
Según parece, para Platón, las palabras no derivan de una artificial convención, sino que fueron instituidas, como lo demuestra la etimología, por analogía con la misma natura¬leza de las cosas que están destinadas a expresar. El conocimiento de la verdad de las cosas debe anteceder al de las palabras, que son sus imágenes. Por consiguiente, el heracliteísmo es falso, o mejor dicho, incompleto: el perpetuo fluir de las cosas sería rebelde a todo conocimiento si no se vinculara a esas realidades permanentes e inmutables, como lo Bello o el Bien, que no salen en absoluto de su forma o idea. Ante la tesis de Heráclito, Platón adquirió la conciencia de su interpretación personal de la investigación socrática de la esencia. Esto le llevó a pensar que la esencia sería arrastrada por el fluir del devenir si -aún no negando éste- no se hacía independien¬te de él.
Por otra parte, si bien es cierto que el Cratilo ha planteado el problema del conocimiento, no es menos cierto que dejó sin definir los medios para tratarlo y que tampoco señaló sus límites. Platón abordó el problema del origen del lenguaje partiendo de la idea de que los nombres son exactos.
Ahora bien, como el lenguaje sirve tanto para decir lo que es como lo que no es, los discursos pueden ser verdaderos o falsos. Según Sócrates un nombre para ser verdadero debe referirse no a lo que aparece sino a la esencia fija e inmutable de la cosa nombrada. El término para referirse a los caballos puede ser distinto en distintas comunidades de hablantes, pero todos se refieren al animal, ser vivo con características fundamentales y con una esencia única y diferente a todas las existentes. El término es un instrumento que sirve para enseñar y distinguir los seres.
No podemos conocer la esencia de las cosas a través de los términos del lenguaje cotidiano, ya que estos nos ofrecen en muchos casos imágenes deformadas de las cosas.
¿Cómo puede el hombre conocer el nombre adecuado a cada objeto? Los nombres tienen un origen antiguo y en el transcurso del tiempo han sido alterados y se han utilizado en diversos sentidos hasta el punto de que es muy difícil encontrar ya los nombres primitivos. El lenguaje actual está tan alejado del lenguaje originario, creado por los primeros legisladores de nombres, que aún cuando ese lenguaje representara realmente las esencias de las cosas no podríamos decir otro tanto del lenguaje que actualmente empleamos. Las palabras se componen de sílabas y las sílabas, a su vez, de letras. Por las letras que las componen son una imitación de las acciones que caracterizan esas mismas cosas, pero tal imitación, por el solo hecho de serlo, resulta necesariamente imperfecta.
Si los nombres fueran por naturaleza, como defiende Cratilo, habría una correspondencia estricta entre el término y la esencia nombrada. En tal caso, el nombre no sería una imagen sino un duplicado exacto. El único lenguaje que cumple esta exigencia es un lenguaje perfecto, cuyos elementos sean las propias esencias y no imágenes de las mismas; pero este lenguaje, como vemos, sólo estaría al alcance de los dioses.
El lenguaje tal como lo concibe la teoría sofística, defendida por Hermógenes, no cumple la función de enseñar. Los términos lingüísticos no tienen relación alguna con la cosa nombrada sino que han sido instituidos convencionalmente mediante el acuerdo y la costumbre, lo que no les impide realizar una función comunicativa y persuasiva. El lenguaje es un producto de la razón humana y puede utilizarse como instrumento para triunfar en la vida de la polis, si se domina adecuadamente la técnica de la retórica y la dialéctica. Pero un lenguaje así no puede ser instrumento de conocimiento: como no hay ninguna relación necesaria entre el nombre y la cosa nombrada, los nombres no nos pueden enseñar nada.
El lenguaje por naturaleza, que defiende Cratilo, tendría la capacidad de enseñar porque hay una relación necesaria entre el significante y la esencia de la cosa nombrada. Si el nombre fuera un duplicado exacto y no una imagen imperfecta, bastaría con conocer el nombre para conocer la cosa.
Al final del diálogo, Sócrates plantea una propuesta que supere los planteamientos iniciales de una y otra teoría. Sócrates postula que tiene que haber un medio distinto del nombre para conocer y para buscar la esencia de los seres. Si en realidad hubo un impositor de nombres, como señala Cratilo, y el único medio para conocer la existencia de los cosas son los nombres, éste no habría podido conocer la realidad de los cosas (puesto que carecía del acceso a través de los nombres ya que estos aún no existían) y por ende, no habría podido nombrar a ninguna cosa puesto que no podía conocerlas.
Ésta deducción de Sócrates nos vuelve a desmostar hasta qué punto es contradictoria la teoría naturalista. Por otra parte, para observar (si es que hubiera) la exactitud de los nombres, los criterios para discernirla no estarían tanto en los nombres como en la realidad que nombran.
Sócrates, entonces, propone que el medio para conocer las cosas más natural y lógico es el de conocer unas cosas por otras cuando poseen un carácter análogo, es decir a través de comparaciones, o por sí mismas. Por otra parte, si es que, después de todo, fuese posible acceder a la realidad a través de los nombres y conocer a partir de la imagen (nombre) la imagen misma (nombre), y al mismo tiempo la realidad de que es imagen; sería mucho más corrector conocer a partir de la realidad la realidad misma y si su imagen ha sido convenientemente elaborada.
El final del Cratilo deja bien en claro que el lenguaje no es bajo ningún punto un medio para el conocimiento de la realidad. No obstante, es imposible negar que de cierta forma, el lenguaje ayuda al conocimiento del mundo, puesto que él es en sí mismo un puente entre el conocimiento y la realidad. Hay que tener en cuenta que la denominación de una cosa conlleva siempre la reducción de esa cosa, del ser conocido en ella a un significado y no al revés, pero que nos demuestra que gracias a la palabra podemos llegar a aprehender parte de ese ser conocido en ella.
También queda planteada la necesidad de un uso del lenguaje que además de realizar las funciones comunicativas y expresivas sea instrumento de conocimiento; que permita, por ejemplo, determinar si el mundo está en permanente cambio o en permanente reposo.
El diálogo termina con un rechazo de la filosofía de Heráclito y una insinuación tentativa de la teoría platónica de las formas y con una despedida de los personajes prometiéndose el seguimiento de la investigación en el tema. Toda ésta polémica, en mi opinión, no es un estudio del lenguaje en su estructura y funcionamiento si no que es un debate sobre la validez del mismo para llegar al conocimiento. Mas bien presenta una validez de la exactitud de los nombres; la adecuación del lenguaje con la realidad.
Se puede concluir, entonces, que las cosas, como objetos, indudablemente están dadas de modo independiente de la lengua; pero las cosas como estas o aquellas cosas (como animales, árboles, bosques, etc), sólo están dadas con el lenguaje.
Por otra parte, el lenguaje supone la construcción de un mundo totalmente distinto, de un mundo de significados.
El lenguaje, por tanto, al delimitar y determinar los modos del ser, configura un mundo sustancial que en sí es informe, por medio de un mundo pensable. Supone la construcción primaria de un mundo mental que por sus significados se puede referir a las cosas como existentes y como no existentes. Por esta razón, el lenguaje es acceso a las propias cosas, acceso para el pensamiento y de ese modo también inicio y condición para cualquier ciencia.
Conociendo los nombres no conocemos la realidad de las cosas. Los nombres son términos puramente convencionales que unifican la multiplicidad de la apariencia sensible mediante imágenes artificiales de las cosas, pero que no hacen referencia a las esencias.
Para alcanzar un verdadero conocimiento hay que dirigir la mirada a las esencias, para lo que resulta imprescindible purificarse de las ambigüedades y contradicciones del lenguaje cotidiano, que constituyen una barrera para alcanzar este conocimiento.
El camino del conocimiento no puede partir de los nombres sino de las cosas. Aunque tanto los nombres como las cosas son imágenes, pero con distinto grado de participación en las esencias. Los nombres son imágenes artificiales creadas por los seres humanos y significantes por convención y costumbre, por lo que no participan de la esencia presente en la cosa representada. Las cosas, sin embargo, son imágenes naturales y, por consiguiente, participan en distintos grados de las esencias de las que son una manifestación sensible.
El conocimiento de las esencias permitiría depurar al lenguaje de términos inapropiados y construir un lenguaje que fuera verdadero instrumento de conocimiento.
La tarea de construir tal lenguaje no puede ser llevada a cabo ni por los sofistas ni por los poetas. Los sofistas hacen un uso racional del lenguaje pero no tienen el deseo de alcanzar la verdad sino la utilidad. Los poetas, por su parte, aunque tienen una voluntad de verdad, hacen un uso irracional del lenguaje. La tarea está reservada a aquellos que haciendo un uso racional del lenguaje desean conocer la verdadera esencia de las cosas: los dialécticos o filósofos.
El problema de un uso cognoscitivo del lenguaje queda, pues, planteado, pero no resuelto. Habremos de esperar a las obras postreras de Platón, principalmente en el Sofista y en el Político, para encontrar la solución que ofrece Platón a este problema en el marco de una teoría de las ideas plenamente desarrollada y al empleo de todas las potencialidades del método dialéctico.
Lo importante en el Cratilo es lo que se dice del concepto de lenguaje, ya que en él, exige que las palabras puedan modificarse por comunicación, sostiene que la relación entre nombre y lo nombrado es natural, por lo tanto, si las palabras imitan a las cosas, quien conoce los nombres pueden llegar a las palabras.